El abuelo
"¿Perros? No, yo ya no quiero más perros.Yo ya tuve uno: el Toqui. El Toqui jamás se dejaba intimidar por el resto de los perros. Era un perro grande ¿sabes? Negro y grande. Me gustaba porque iba conmigo a cazar. Una vez, salimos por la mañana, muy temprano, a cazar tórtolas; no eran tórtolas chiquititas, eran gordas: la mejor temporada. El Toqui las agarraba en el aire, cazaba mucho mejor que yo, y eso que yo iba con la escopeta; pero el Toqui no necesitaba armas, para él era cuestión de un salto y un buen mordisco. Las agarraba en el aire y me las traía en el hocico, como riéndose, demostrándome que al final, él era verdaderamente el cazador. Todos los días del año, al salir el sol, el Toqui se despertaba y me ladraba, para avisarme que ya había comenzado la jornada. Despertaba incluso antes que los gallos.
Me gustaba el Toqui porque se creía gato y se subía al tejado a aullar; porque encontraba la forma perfecta de subirse al sillón y calentarme las piernas mientras veíamos televisión. Me gustaba porque era más simpático que yo, más bonito; cuando le gente le sonreía, yo sentía que me sonreían a mí. Porque en cierta medida el Toqui y yo éramos un solo personaje, un sólo equipo indisoluble, un conjunto armónico y cohesionado, en el cual ninguna palabra sobraba: a veces nos entendíamos solamente con gruñidos. Por eso yo no quiero más perros, ya tuve suficiente con uno.
Pero... quizás, ese gato, el rucio que tienen en la carnicería... Quizás me lo traiga para la casa ¿sabes? hace tiempo que oigo ratones en el entretecho".
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