Le dijo, a modo de advertencia o de amenaza, que no había límites en alta mar. Que no había una sola sombra de duda tampoco, al mirarse erguidos como las olas. En la red ya no habían peces. Había quedado sí, un olor a madera impregnado en el cuarto oscuro. Como si fuera a revelarse una fotografía de los anillos del tronco de un árbol anciano. Le dijo, a modo de advertencia o de amenaza, que era difícil librarse de esa imagen persistente. Al estilo de la plata, se adhería firmemente a la superficie de un papel fotosensible. Advirtió de los colores confusos. Amenazó con un rojo imposible. No eran heridas las que hacía el cangrejo, dijo. Pero estaban sus tenazas rasgando la piel, abiertas o cerradas.
Había sido espectro, y ahora, un molusco comiéndole el pellejo, le recordaba su carne.
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