miércoles
submarino
Había una quietud rara esa tarde. Llevábamos ya horas de vino, o de cerveza, o de ambas. No sabíamos si el mar era hombre o mujer. Si era una madre o un padre azul. Y en esa quietud y con los ojos cruzándome el pellejo, preguntaste. Y te mentí. No ha sido algo regular, ni una práctica insistente, pero te mentí. Por vergüenza o por orgullo, ambas sendas del mismo mal, omití que recordaba coordenadas, hitos y ciclones que dieron flujo alguna vez al caudal de texto. Que recordaba incluso una palabra cifrada, metida entremedio, quizás como un goce secreto, quizás como un anzuelo, a ver si picaba. Por vergüenza, a ciencia cierta, dije con seguridad que nunca había escrito para tí. Por orgullo, escondí en el fondo del océano la verdad y la derrota, como si fuera un personaje más de esas historias de puerto: huí de mi propia letra. Te mentí, porque no quería mirar de frente tiburones, ni tampoco tener excusas que inventar sobre la arena en los zapatos. Pero cuánto ha costado sacar cada grano del fondo, como si no fueran piedrecillas sino caballos, corriendo una carrera bajo mis pies.
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