Dí tumbos, es cierto, me quitó elegancia al caminar. No es mi culpa que los zapatos estén tan pesados y tengan esta suela tan extraña. Me saqué los zapatos. Quise verme bailando y no podía. Desde afuera todo se ve tan cómico, la música electrónica resalta la pelotudez ajena y la propia; el tecladito sonando hace media hora igual, tu ropa brillando, las luces, toda esa parafernalia idiota y joven. No hay más verano para nosotros. El verano es tonto, es fácil. Volvía al libro que había dejado en la dejadez, no había nada más que tu cuerpo en la cama y yo me hacía espacios como para tener algo del sitio, había regazo, habían manos, había otro ahí y yo me encogía me encogía. El halo barroco nos envolvió de nuevo y vino el asco, la pena, el simulacro y el movimiento repetitivo, la saliva, las caderas, la foto. No hubo muerte, hubo tiempo muerto. Había risa estúpida de los días muertos. Había mortandad, había vicio, no hubo muerte. Te seguía por hacer algo, te seguía porque tus pasos largos, tu boca fea, las pupilas saliéndose del área.
Me atrapé en el marco.
Estaba estancada en las películas.
Todo el día viendo gente besándose
un cuadro sucediendo al otro.
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