Era la muerte de enero.
Estábamos fumando con mi padre en el balcón de madera, la playa, las siete de la tarde, el viento, atardeceres majestuosos como el paisaje mismo y fotografiar aquello era casi dañarlo. Mi padre se pasea por el balcón elegante y parsimonioso y ríe de mi delirio politiquero "abstracto". Le cuento mis penurias de niña sola. Mi padre mira el mar como quien escudriña en detalles, minucias de tremendísima importancia. Me mira, bebe el vino que tiene en su copa haciendo con la cabeza un gesto de acogerme; papá, como siempre estás cansado, le digo, sí, qué cansancio, qué naranjo se ve el sol y cómo se lo come el mar. Eso estaba mirando, pienso, y mi papá con su sol que se prende y se apaga entre los dedos se va a sentar y hojear el diario, mientras yo lo miro y recuerdo que borracho me dijo que me quería. Y yo le creo.
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