Tomaba sidra y miraba un paisaje cualquiera, desde la ventana más chica de la cocina. Acariciaba un animal cualquiera sin ponerle atención: perro gato ciervo. El calor hacía de su voluntad un líquido espeso. Espesor que como cuerda amarraba toda pestaña allí y se convertía en presa absoluta de su mirar. Qué bruta, pensaba.
Es que el suelo siempre será suelo bajo nuestros pies.
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